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Publicaciones

Aparte de publicar relatos, cuentos y hasta poemas (oh, cielos) en varios foros literarios, hay varios cuentos y ensayos publicados en la revista literaria Prosofagia, en la antología Prosadictos y en la antología Leyendas de la caverna profunda. Aparte, tiene publicaciones en formato Kindle.​

Reseñas

«Dice el autor que quería escribir una historia simpática para su hija de nueve años y, a la vez, emocionante para satisfacer la curiosidad de su hijo de once. Pero, entonces, ¿se trata de una historia para niños? Sí y no; yo diría que es un cuento para ser leído por padres e hijos conjuntamente.
Mister N —Papá Noel, Santa Claus o San Nicolás— sigue siendo el personaje amable y bonachón que todos conocemos pero he aquí que Daniel A. Franco —D para los que hemos seguido su buen hacer literario en distintos foros de Internet— nos explica, utilizando naves espaciales, viajeros extraterrestres, elfos, mecánica cuántica, ordenadores, memoria de masas, impresoras de materia y otras tecnologías, cómo es posible que la magia de la madrugada de Navidad se repita año tras año y cada niño reciba su regalo en cualquier lugar del mundo, a la misma hora. Y lo hace con un lenguaje coloquial y divertido.
Un libro a la altura de lo mejor de la ciencia ficción. Un libro inteligente y ameno. No dejen de leerlo.»

Manuel Navarro Seva, en Amazon Kindle

 

 

«Acabo de terminar Alameda Central, un libro corto que se lee de una sola sentada, y la verdad, lo he disfrutado enormemente. tanto por el tema como por el coloquialismo con el que está narrado. Dos personajes que por esas casualidades de la vida se conocen en un parque y entablan amistad a pesar de la disparidad de ideas y costumbres. Quién iba a pensarlo, el personaje principal resultó el barrendero. ¡Me ha encantado!
Felicito al autor!»

Blanca Miosi, en Amazon Kindle





«Primera colaboración del escritor greengo-mexicano, Daniel A. Franco (Ciudad de Mexico, 1969), para las páginas del Cabaret. Si empezamos por admitir que el perfil biográfico que vamos a presentarle es del todo imaginario (por acudir a la autoridad citaríamos a Marcel Schwob), se hará evidente que esta característica fabulosa nos permite movernos en el más profundo respeto al principio de confidencialidad, ¡obligado para un Lupanar de ley!

Poco sabemos de este escritor con voz de cloaca y pulso aéreo. Pero inmediatamente intuimos que su uso de la oralidad (su abuso del coloquialismo, de las configuraciones más fugaces y prohibidas del lenguaje), se diferencia de la larguísima producción de tedio de las literaturas más recientes. Entre esos productores industriales de aburrimiento estético coloreado con lenguaje de barrios que no pisan ni entienden, Franco se muestra como un infractor. Si los primeros usan el vil lenguaje como fórmula de enmascaramiento de su penuria verbal, el segundo nos lo sirve como ilusión de un lenguaje flamante y vivo. (Con esto quizás queramos decir algo...)

La revitalización del lenguaje literario a través de la incorporación del habla cotidiana, slogans y marcas registradas, ha servido a menudo de antifaz a la literatura nacida de la semi instrucción y el narcisismo vital. La realidad no se encarna en sus textos; pero tampoco sus textos suscitan ninguna realidad. La doble hipótesis de la autonomía de la obra de arte respecto a la realidad y la contraria, la de su absoluta dependencia, queda cancelada de golpe. El lenguaje no hace más que enunciarse a sí mismo, encadenando repeticiones, aproximándose con demasiada velocidad a un simple catálogo de vocabulario, al dictado de un diccionario intonso.

El uso que Franco hace del lenguaje inmediato y familiar, al contrario, sigue enunciando a quien lo profiere... o mejor dicho, queda colgado de la máscara que lo masculla y perpetra. Acude a la caricatura y al grotesco, pero respetando las proporciones áureas del esperpento, su perspectiva corrediza; nos devuelve los reflejos desde una bola de alumino, acelerando los rasgos en el convexo hasta trocarlos en una mueca cercana a la tara, pero es la humanidad tarada de los personajes la que nos encara.

Como sea, los ponemos ante un texto delicioso, desde el diálogo endiablado y rápido como bajada de calzón de puta, hasta el monólogo interior, la corriente de conciencia, una corriente sincronizada con los tiempos: llena de desperdicios fecales, ratas de caño y diez veces más papel higiénico per cápita del necesario para una cabal limpiada de trasero cada uno».


Daniel Ferreira, en «Cabaret Cré Nom»

 

«El desperdicio entrelaza la narración de una serie de hechos con la narración sobre los personajes involucrados. La primera deja la sensación de que el azar es un diablo que metió su cola en la historia, retorciendo los destinos a puro golpe de buena o mala suerte. La segunda deja la sensación de que los personajes, incapaces de salir de su propio círculo de miserias, se encaminan fatalmente hacia esos ciertos destinos. La lectura final, entonces, camina en un equilibrio que, creo, cada lector romperá hacia un lado u otro lado a cuenta y riesgo propio. Y esta es una de las virtudes del relato: hacer partícipe al lector de la construcción del propio relato. Obviamente esto no sería posible si los personajes fueran figuras de cartón pintado. No es así; son humanos. Compleja y tristemente humanos. A la hora de la verdad no hay buenos, no hay malos, no hay ricos ni pobres, solo seres humanos que intentan —como pueden— vivir una vida cuya validez o cuyo desperdicio se relaciona más con esa condición de humanidad que con las circunstancias particulares.Así, leí El desperdicio con el interés que despierta una historia que llama a querer saber qué pasará a la vuelta de página, cómo se sucederán los hechos, qué le pasará a los personajes, pero al término de la lectura pensé que el relato me hablaba más allá de la historia; que me hablaba más bien de una historia y de personajes atemporales. Y esto, a mi modo de ver, es su mayor virtud.

La prosa merece un capítulo aparte. Quienes hemos leído antes a Daniel Franco sabemos que escribe muy bien y en más de un registro. El desperdicio está construido, en gran medida, con diálogos. Diálogos ágiles, rápidos, con interlocutores que hablan utilizando diferentes registros coloquiales, con modismos abiertos y también con muletillas que en la lectura apenas se perciben con el rabillo del ojo… pero que allí están. Los diferentes registros también aparecen en los párrafos de prosa pura, en principio a cargo del narrador; mas, aunque el narrador sea único, habla lo suficientemente cerca de los personajes como para hacerse en parte eco de sus idiosincrasias. Eso crea el efecto —o por lo menos así lo percibí— de asistir a escenas muy visuales, distintivas, cada una de ellas verosímil por sí misma. Hacerse en parte eco, ese es el secreto; si se hiciera totalmente eco posiblemente el relato se fragmentaría perdiendo continuidad. Me tomo el atrevimiento de citar dos breves párrafos, a modo de ejemplo:

«A sus espaldas, su mamá está tocando la puerta del baño a puñetazos y se oye a la cosa-hombre que sale y le dice con toda ternura a la mamá furibunda:
—Pinche cuchitril, parece una pocilga… »

«Claramente se nota que le disgusta la escena que presencia, y ella expresa su indignación con una elocuencia sazonada con una pizca de la Received Pronunciation que aun rehúsa desvanecerse en su recientemente obtenido dialecto neoyorquino.»

Claro, en todos los casos hay algo que se mantiene constante: la calidad escritoril. Es siempre un placer leer una prosa que destaca por alejarse de la monotonía y afirmarse en un sello personal, sin perder ni sencillez ni claridad ni mal usar los recursos linguísticos. Otra vez me tomo el atrevimiento de citar un párrafo:

«En el momento justo cuando Pedrito está listo para decirle sus verdades a la mamá neurótica de la limpieza, que ya le dio la espalda y se aleja, la puerta del dormitorio se abre de un portazo y una triste y fea excusa de varón aparece ahí y avanza su panza cervecera por la sala, emanando un delicado bouquet de humanidad mustia mezclada con whiskey del bueno y aliento mañanero del malo.»

Quizás porque me gustaría muy mucho ser capaz de escribir así (vade retro, envidia… ).

¿Aspectos negativos? En mi opinión, el relato saldría ganando con una leve reducción en el número de recursos estilísticos diferentes que se utilizan; no me refiero a los anteriormente señalados, cuya presencia es sin dudas positiva, sino a otros que los acompañan y que, en conjunto me dieron la sensación de provocar una lectura con más saltos de lo deseable. Sin embargo, también reconozco que es una apreciación subjetiva y que otros lectores bien pueden no verlo así, o incluso apreciar estas discontinuidades como elementos valiosos en su lectura. Y me queda la duda de si, leyendo el relato en formato de libro tradicional, mi percepción sería la misma.  Puede ser que no».



Esther González, en «Necesidad y azar»





«En esta primera antología del foro Prosadictos se puede disfrutar de once relatos,  obras de otros tantos autores, relatos muy diversos entre sí salvo en la atracción que despierta su lectura.

Luego de haber finalizado el libro pensé que, para escribir sobre él, me gustaría seguir otro orden que el que ofrece; utilizar un hilo personal para tejer las historias. Una suerte de hilo de Ariadna que comienza en Entre tú y yo (Mónica Bezom): un texto profundamente introspectivo, poético, que discurre entre el mundo de la vigilia y el onírico, un relato al que hay que leer dejándose llevar, sin intentar imponerle un ritmo propio a la lectura.

¿Luego? Luego, Huesos de cristal (Zacarías Montano), un relato ya con estructura de cuento, pero un cuento que parece responder con precisión a su título: una historia fantástica cuyos huesos son de cristal, una historia hecha de liviano, delicado y frágil esqueleto de cristal, que se recorre de puntillas, por miedo a quebrarlo.

Ya aquí regreso a Entre tú y yo,  a releer un fragmento que, aunque extraído de su contexto, bien puede ser considerado como premonitorio del resto de la antología:

«Un poco más alejado, un hombre vende lienzos de colores; los ha tendido en hilos apenas visibles y, no sé por qué, se me antojan ilusiones errantes condenadas a la soledad de los
arenales.»

El hilo de Ariadna me conduce a través de ilusiones imaginadas que, en el fondo, se refieren a aquellos que padecen (o padecerán) una soledad creada por sí mismos o por la sociedad en la que viven. Uno a uno, los cuentos que siguen se desenvuelven en una realidad reconocible como propia o ajena, pero siempre realidad reconocible. Los narradores, a veces trágicos y otras veces irónicos, desgranan qué le sucede a nos, los Homos, cuando nos aferramos sin medida al miedo, la muerte, la ambición, los recuerdos, o cuando chocamos con lo estatuido, lo reglamentado, lo políticamente correcto. Así, siguiendo mi hilo, arribo a La sentencia (Fernando Hidalgo Cutillas), donde se despliega, con maestría y alrededor de un hecho simple y casual, una espiral de miedos individuales y sociales cuyo final no puede ser otro que  amargo.

Tras haber partido de lo poético y de la fantasía y atravesado los páramos de la realidad, en el otro extremo del hilo llego a Sin la mosca (Daniel Franco), un cuento de ciencia ficción con todas las de la ley, y con esto me refiero a que el cuento posee eso que hace de la ciencia ficción un género incomparable: una idea que abre ventanas en la mente para permitirle expandirse más allá del mundo conocido, y, al hacerlo, comprender mejor el mundo conocido.

Al finalizar el recorrido vuelvo atrás para citar una frase de El lugar adecuado, el momento preciso (Vanessa Navarro Reverte):

«Sencillamente porque quería alcanzar la muerte, no sobrepasarla.»

Una frase que habla de Ana, sus lugares y momentos, pero que, con independencia a su historia,  también es una de las más bellas que haya leído en los últimos tiempos.


         Y, fiel a mi idea de que un libro es más que su contenido, mis felicitaciones a Daniel Franco por haber ideado y coordinado esta antología (tarea nunca sencilla), recomendable por la calidad de su contenido y también por la de su presentación».



Esther González, en «Necesidad y azar»





«Escribe Blanca Miosi que este libro contiene "once autores, once cuentos, todos diferentes, narrados desde once puntos de vista. Escritores de diferentes partes del mundo que, sin haberse visto en persona, se conocen más que si se hubiesen visto frente a frente porque la escritura lo hace posible", y es una forma muy apropiada de comenzar este comentario sobre el libro que nos ocupa, que leí gracias a mi amiga en el mundo digital Madelyne Blue.

He de confesar que cada día me agrada más leer libros de cuentos, de relatos, y si es una antología, mejor aún, pues disfrutaré de la breve lectura desde muchos y diferentes puntos de vista. En el caso que nos ocupa, once relatos.

El primero, de José García Montalbán, nos habla de la espera, del cansancio de una vida en común que relega el sexo y otras necesidades al trabajo, a las obligaciones, convirtiendo la existencia en un poco más gris.

Zacarías Montano, quien también parece un ciudadano de Murcia, nos cuenta el caso de una niña con huesos de cristal que, tras un experimento, serán huesos tan ligeros, tan livianos, que podrá volar.

Los recuerdos, el aroma de un perfume a literatura y la música forman un cóctel que, regado con whisky, podría muy bien llamarse "Melodía asesina", como nos narra Juan Antonio Marín.

Mónica Bezom nos lleva por los enmarañados y, a veces, inextricables caminos de los sueños, esos que son un tesoro para la mente.

En el quinto relato, de Blanca Miosi, conocemos a un joven, o no tan joven, que insiste en entrar en el mundo de las letras, creyéndose que ha escrito una obra maestra y convencido de que, perseverando, alcanzará a que alguna de las 257 editoriales, le publique.

Fernando Hidalgo Cutillas nos escribe sobre malentendidos y pruebas circunstanciales que pueden llevar la vida de un hombre, que leía en el parque su libro preferido, en un calvario contra el que no existe posibilidad de escapar, pues la sentencia se ha dictado antes del juicio.

Jesús Coronado, a quien podemos leer también en el primer número de Acantilados de Papel, nos narra una serie de breves historias con nombre de mujer y final fatal, aunque no sólo el de ellas, el autor es sutil en la narración y en la delicadeza de presentarnos la muerte.

¿No es importante estar en el lugar adecuado y en el momento preciso? Vanessa Navarro así nos lo demuestra en esta historia de alguien que toma el tren para alcanzar la muerte, no sobrepasarla. Y en el viaje definitivo se encuentra con un amor de adolescencia que, además, tiene nombre de personaje real, el de mi buen amigo el pintor Álvaro Peña. Será un encuentro en el lugar adecuado, en el momento oportuno.

Milagros García Zamora nos cuenta las desilusiones de un sicario, quien acepta el encargo- de un famoso escritor- de acabar con la vida de un chapero magrebí, imaginándose las más peregrinas justificaciones, hasta que la realidad le llevan a un desengaño de la magnitud del asesinato.

Mario Archundia nos narra una historia sin nombre, de búsqueda de la felicidad y de la identidad personal y sexual, que se desencadena entre dos amigos tras una noche de alcohol.

La última historia, de Daniel A. Franco es casi una novela corta, nos narra un experimento de teletransportación que produce en el doctor Graham unas secuelas no previstas, un desdoblamiento de su memoria, dejando de ser él para ser quien fue y quien será, a un mismo tiempo.

Como veis, desconocidos lectores y lectoras, once formas de contar historias, once historias diferentes, once formas de disfrutar de la lectura. Podéis encontrar a los autores en el foro Prosadictos».



Francisco Javier Illán Vivas, en «Acantilados de papel»

 

I liked this approach, it's nice to go back and forth in time, but i think it wouldn't be easy to read to little kids, the ones most interested in Santa Claus' story.

 

 

ILT, en Amazon Kindle

 

 

Me produce un gran respeto este trabajo del Sr. Franco, "Mister N", subtitulado "una novela en dos partes" que, realmente, considero de una complejidad mucho mayor y rico en detalles a lo que tal subtítulo y la descripción del libro sugieren.

La primera parte se ajusta muy bien a la intención del autor, desvelada al término de la misma:

"Cuando escribí este relato para mis dos niños, yo tenía un propósito doble específico en mente: quería escribir una historia simpática, cálida y mona para mi hija de 9 años de edad, quien había expresado recientemente una preocupación cada vez mayor sobre qué tan real es Santa Clós y sobre qué tanto quería ella seguir creyendo en el relato tradicional del Viejo San Nicolás; también, tenía que escribir una historia emocionante para satisfacer la curiosidad de mi hijo de 11 años de edad sobre los orígenes de la leyenda de Papá Noel, pero también una historia que le hiciera creer de nuevo que (aun en la cruda realidad de este mundo) la magia y la bondad pueden existir todavía."

Ya desde el inicio se entrecruzan dos tramas principales, una primera contada en tiempo presente de Mister N, Niklavs o "el afamado Santa Clós", su pérdida de memoria y cómo es posible que cumpla con su misión de cubrir las expectativas de tantos niños, inevitablemente basada en tecnologías que parecen imposibles y que, sin mucho ánimo por clasificar, podríamos decir que se enmarca en la ciencia ficción, y una segunda que bucea en los orígenes del personaje, como si de una historia del medievo se tratara, y que le hace la contra a tanto concepto de calado futurista.

Confieso dos pecados: devoré esta primera parte casi sin descanso, prácticamente de un tirón, mientras que me costaba asimilar muchos de los razonamientos que se desglosaban en las justificaciones tecnológicas. Quizás el segundo sea consecuencia del primero.

Abordé la segunda parte con muchas expectativas, pero también con menos tiempo y de lectura más irregular.

En ella se detecta el preciosismo del autor por los detalles, explicaciones científicas, en particular cuánticas, por la evolución de los personajes --algo poco habitual en obras de esta extensión y con orientación divulgativa-- y por los saltos temporales, del presente al pasado "reciente" donde se desgrana los avatares durante la juventud del protagonista y, de ahí, a un tiempo mucho, pero realmente mucho más remoto, ya en plena inmersión en las fabulaciones tecnocientíficas. Si a esto añadimos una jerga muy particular y que a quien escribe le resultaba muy poco familiar y una intriga digna de Agatha Christie, no pude menos que sentirme francamente abrumado.

En particular, sentí deseos de reordenar el material literario y concentrarme, sobre todo, en la ficción histórica, la de los orígenes del afamado Mister N.
Es por ello que esta novela, manifiestamente trabajada en múltiples frentes y en todas las facetas que envidiaría cualquier escritor de pro, terminó quedándoseme grande, ya sea por mi poca cultura del género interplanetario o por mi pereza para construirme un mapa que me simplificara la ardua composición de personajes, tramas temporales y argumentales.

En conclusión, recomendada Mister N sin duda para amantes del género de la ciencia ficción. A degustar con precaución para perezosos o lectores minimalistas.

 

Zoquete, en Amazon Kindle.

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